19/7/13

Bo ce To

La ciudad pudre al hombre. Si, es lo que todo ser con consciencia llega a concebir, hasta los últimos resquicios de aves  han huido de esta monotonía, de esta monocromia, a algún lugar perdido del hombre, allá donde no merece la pena acerca la violencia contra ''Las tierras ninfa''. A saber si es cierto.

- Ana tiene que estar al llegar ¿Ya tenemos todo, cariño? - Dijo Inna con cierto acento en esa última palabra dando a lucir una chispa de confort ante el montón de maletas que teníamos alrededor de nosotros. 

El día que hacia no era de los mejores, por lo menos se podía ir andando, la humedad no es buena para los coches eléctricos que nos podíamos permitir los ''jornaleros parciales" que mas bien lo podría definir como "explotación obrera" (...) 

''Sigue lloviendo, parece ser una treta del destino. Maldito seas ¡Yo no te debo nada!'' Pensé mirando con desdén las ventanas, repletas de carreras de agua.

Comenzó a cantar mi teléfono, pero teniendo las maletas en las manos, no podía cogerlo. Inna, al ver mi gesto, producto de la impotencia y la necesidad de cogerlo, reaccionó,  acercándose desde la puerta de salida y mirando con cuidado para ver donde ponía el pie. Su liso cabello de negra obsidiana, como sables Samurai, impoluto y prevenido de imperfecciones, hacía sobresaltar unos brillos de luz ámbar de la bombilla que colgaba de un cable en el techo, situado en el centro de la habitación. 

Introdujo la mano de manera exagerada, suficiente hubiera sido que a modo de pinza, con el indice y el pulgar, hubiera agarrado el cacharro, que sobresalía lo suficiente. Pero no, estaba juguetona y al meter la zarpa en el bolsillo, con la otra me rodeo por la espalda. El móvil ya había dejado de sonar. Aún con la mano en el bolsillo, comenzó a zarandearla en su interior, produciendo un agradable roce, pero lo mejor estaba por llegar. 

Yo aún estaba sosteniendo ambas maletas en la mano y no tenía intención de soltarlas, al fin y al cabo, quedaba poco para que nos fuéramos. 

Lentamente, Inna adaptó una posición en cuclillas y con cautela, mientras me miraba fijamente con lujuria en su rostro, empezó a soltarme el cinturón. Una vez que se desvaneció la vestimenta inferior, comenzó a... Sonar el timbre de la casa. Alguien nos reclamaba, en el momento menos oportuno.



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