25/11/14

La selva Elva

Acabo de despertar en una playa, el sol está a lo más arriba. El agua es azul, no como el cielo que tiene sobre el que es celeste puro. La arena es cálida y se extiende hasta donde la vista no puede alcanzar, y a mi derecha hay una gran selva tropical. En principio no sabía que hacer, pero ante todo sabía que no estaba herido, estaba descansado y preparado para marchar, así que me adentré en la maleza. Tras andar un rato encontré un camino, seguí por allí y me detuve en un esqueleto que había en el suelo, y justamente algo entre el follaje se agito, un desconocido sonido se apropió de mi atención y de mi cordura, aún así me quedé agazapado a un lado del camino, tras una roca. El peligro, o lo que fuera se volvió a su caminar y se alejo de aquel lugar. Con cautela, volví al camino, donde se encontraba el amasijo de huesos y me acerqué. Miré dentro de esta y encontré un diario y un revólver. El diario tenía una brújula, un mapa y apuntes sobre la fisiología de los indígenas de la isla. En el mapa podía ver dos localizaciones con nombres indicados, uno de ellos era un asentamiento de exploradores, que se encontraba al norte. La segunda localización se trataba de un poblado indígena, al este de la isla. Sin duda decidí ir dirección norte ya que aquel ruido que había oído antes no me resultaba muy amigable y prefería alejarme tanto como pudiera de aquella zona y encontrar algo de civilización que me pueda decir por que estoy aquí. Antes de ponerme en marcha quería comprobar que mi revólver funcionaba. Era un revolver que había estado allí mucho tiempo, se podía apreciar algo de oxido en el armazón y a lo largo del cañón, pero se le veía con suficiente consistencia, así que me dispuse, con el brazo derecho alzado verticalemente y el revolver en mi mano, apuntando al cielo, apreté el gatillo y lo que se produjo fue un tímido chasquido del martillo golpeando al tambor. Ninguna de las seis balas me iba a servir de mucho con un revolver encasquillado. Seguí andando por los senderos, pero siempre dirección norte, el sol se estaba poniendo y se podía sentir el aliento de la noche azotando las lianas. Cada vez estaba más cansado, hambriento y sediento, necesitaba encontrar cuanto antes algo para reponerme, solo pensaba en dar con algo que me pudiera ayudar y di con algo, pero no lo que me esperaba. Una vez más entre la maleza se agitaba algo, rápido, por distintos lugares, finalmente se empezó a dejar ver una silueta monstruosa. Era una especie de hiena, de color rojo con dardos verdes a su espalda, el cuello era prominente y a lo alto se alzaba algo parecido a una cabeza de jirafa que reflejaba el peligro en su mirada y el hambre en sus agudos dientes. El miedo me paralizó durante unos instantes, pero finalmente mis piernas superaron el terror que sentía, reaccioné y empecé a correr como si no hubiera mañana. El terrorífico animal me perseguía, pero yo seguía corriendo, utilizando mi último aliento para dar un paso más. Tres flechas salieron de entre las lianas y atravesaron a la bestia ambos costados. Seguí corriendo para asegurar mi seguridad, pero debido a mi evasiva, acabé delante de una atalaya indígena. A lo alto se podía ver un nativo hablándome en su idioma, yo me quedé parado y me fui alejando con cautela, no quería causarme más problemas por esa noche. Estaba agotado, las piernas me temblaban y la vista se me nublaba... No sabía donde estaba, no sabía que estaba pasando y me dispuse a seguir andando a través de la salvaje selva sin rumbo definido. Finalmente avisté una silueta formada por la luz de la luna, que se encontraba detrás de lo que parecía ser una estructura unitaria, como una cabaña. Me acerque para verificar mis conjeturas, que estuvieron en lo cierto, una choza de madera de unos tres metros de ancho, cinco de largo y más o menos una altura de cuatro metros. Estaba oscuro y tenía miedo, mi única posibilidad para asegurar mi supervivencia se encontraba ahí dentro, cuatro paredes y un tejado. Fui rodeando la cabaña hasta que finalmente encontré una puerta de madera y con remates de metal iluminada por la luna y justo a un escaso metro, en el muro podía ver una ventana seccionada en cuatro por unos inconsistentes listones de madera, unos cuantos golpes en los marcos con mi puño recubierto con las hojas de un helecho que crecía a mi pies bastaría para reducir cualquier posible accidente y abrir un hueco por donde colarme. Ya dentro estaba oscuro, no veía nada excepto el pétreo y pálido suelo que iluminaba la luna a través de la ventana. Necesitaba algo de luz y aun estando exhausto, mi mente respondió con una acertada idea, utilizar la ventana para arrojar reflejos de la luz lunar. Comencé a ver todo con más claridad, se trataba de un puesto de algún leñador, veía el atuendo de seguridad, los distintos tipos de herramientas e incluso una mesa de trabajo, encima de esta había figuras talladas y trabajos de carpintería. Mi atención se centró en una estantería acristalada que dentro contenía algunos alimentos: Una cúpula de vidrio que encerraba algo de queso, unos mendrugos de pan en un cuenco y un botijo blanco con un estampado.

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